Un silencio denso y cargado de expectación llenaba la bulliciosa oficina olorosa a rancio incienso, mientras las cuentas de la congregación, con dedos espolvoreados de hostias, eran examinadas con codicia por el santísimo obispo.
Con sonrisa beatífica, miró la contribución que pagaban los fieles, con la misma intensidad como un buitre mira la carroña recién hallada.
Los billetes benditos serían utilizados para pagar prostitutas vestidas de vírgenes, cocaína molida con hostias, y misas negras donde el nombre de Dios se pronunciaría para dominar almas perdidas.
Al ser descubierto y condenado por el juez, el santísimo obispo respondió:
____Si Dios perdonó a Judas, ¿por qué no a mí?
Por: Rodolfo Isaac Méndez (2025)
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