El ansioso hermano de la congregación citaba la Biblia casi sin respirar. Con su aliento olor a versículos rancios acusaba sin piedad a los que consideraba paganos y ateos.
Un día estaba frente al espejo cuando un destello de luz oscura lo embistió repentinamente.
El espejo reflejó entonces, lo que Dios le había ocultado: sus pupilas eran consumidas por gusanos de la envidia, y entre las costillas, una legión de demonios recitaban el Apocalipsis en griego.
Al gritar, el espejo estalló en ciento cincuenta pedazos de pan maldito.
Por: Rodolfo Isaac Méndez
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